"La arquitectura no es más que
una forma de música congelada."
El compositor Xenakis y el arquitecto Le Corbusier concluían que la música y la arquitectura comparten aspectos como el ritmo, la textura, la armonía, la proporción y la dinámica. Sin duda, una de las características más importantes que las dos tienen en común es que a través de sus obras pueden crear emociones y sensibilizar las fibras de quien tiene el privilegio de experimentarlas.
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A lo largo de los años, la música ha ido evolucionando y con ella su entorno. Es bien sabido que para que la música cumpla sus objetivos sonoros, es imprescindible contar con la acústica correcta en el lugar donde se lleva a cabo su interpretación o reproducción. Es aquí donde la buena arquitectura se convierte en el mejor aliado del músico y su obra.
Sus Inicios
La música y su resolución en los espacios data desde la era de las cavernas, donde los cavernícolas utilizaban la reverberación de las cuevas para crear sonidos o cantos con los que se comunicaban.
Durante los inicios más formales de la música, los primeros compositores creaban sus piezas teniendo siempre en mente el lugar donde las iban a interpretar. Tanto era la importancia del lugar sobre la obra, que incluso llegaban a transformar esta última para adecuarla a los recintos. Así la música se fue adecuando a los lugares en los que se presentaba. Como en las iglesias, donde las piezas se tocaban bajo un cierto parámetro musical donde había que seguir ciertas reglas para que las notas que el órgano u instrumento que se tocaba no chocara con la acústica creada por estas grandes obras arquitectónicas.
Esto sucede hasta la fecha, donde hay música que se está componiendo para salas de cine, para escucharla en tus audífonos o para musicalizar las noches de los asistentes a los club nocturnos.